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Regalo inesperado.

 

En 2009 atendí a Roberto, un señor de unos 65 años que me contactó para una sesión de Reiki. Cuando vino a verme fue muy parco, simplemente me dio su nombre y dijo que el médico lo había mandado.

- "¿Su médico lo envió a verme?" - pregunté.

- "No, vine por un volante suyo que encontré" - dijo secamente.

Esa primera sesión fue algo difícil al principio, pues notaba su resistencia a relajarse; pero al cabo de unos diez a quince minutos se relajó... y se durmió, lo cual me permitió sentir la energía que canalizaba para él.

Casi al final de la sesión aconteció algo extraño: mi mano derecha comenzó a "danzar" sobre su pecho, despertándome una imperiosa necesidad de "rascar" bajo la clavícula izquierda. Sin tocarlo comencé a rascar, como si excavara dentro del pecho. Tan repentinamente como el impulso de hacer llegó, así de rápido se fue. Roberto abrió los ojos, se sentó, dijo secamente "me voy", me saludó y partió. Su actitud cortante me dio la impresión que era escéptico y sólo había ido "por orden del médico"; seguramente ya no lo volvería a ver.

 

El resto del día fue muy extraño: me sentía agobiado, me dolía la cabeza, se me hinchó el estómago, tenía náuseas. Me puse a repasar qué había comido para sentirme tan mal, pero sólo había almorzado un poco de arroz y fruta; no quise cenar y me acosté con la certeza que dormir era la solución, y que al despertar me habría recuperado. Pero luego de acostarme el malestar se hizo más intenso y la jaqueca se volvió insoportable.

 

En diciembre 2012 vinieron a verme Juan Y María, un matrimonio, para ver si podía ayudarlos con su hijo de dos años y medio, Daniel; éste no hablaba ni podía caminar, debido a una lesión cerebral acaecida al final de la gestación.

El curso del embarazo fue absolutamente normal pero, al momento de nacer Daniel,  el cordón umbilical se enredó en su cuello y le asfixió causándole una parálisis cerebral; sus funciones motoras y comunicativas estaban afectadas, el diagnóstico era ingrato: el equipo profesional que atendía al niño desde el nacimiento pronosticó que éste jamás caminaría ni hablaría... ni sobreviviría más allá de los cinco años debido a que la lesión en su cerebro le impediría crecer.

Su padre preguntó a la jefa del equipo médico si no habría alguna posibilidad mínima, a lo que la profesional respondió: "lo lamento, los milagros no existen".

 

Esa tarde cuando los recibí y tomé al niño en brazos, dije a la pareja:

- "Bien, la sanación de Daniel es posible, pero llevará un proceso de dos a tres años. Aunque en unos cuarenta días verán alguna señal de evolución, el proceso requiere dos a tres años"

- "¿Y qué debemois hacer en ese tiempo?" - preguntaron.

- "Sean felices, eso es todo".

 

 

Algunas experiencias de Sanación

Un niño sin esperanzas

Cuatro meses más tarde me llama Juan y me dice que vendrán a verme para conversar; acordamos reunirnos el sábado de esa semana. Ese sábado llegaron a mi casa... y Daniel bajó solito del auto, por su propio pie, apenas tomado de la mano de su padre. Durante las siguientes dos a tres horas, daniel rió, conversó, dibujó, jugó e hizo cosas que cualquier niño saludable de tres años hace...

Los médicos que lo tratan aún no comprenden cómo pudieron "equivocar" el diagnóstico. Juan, María y yo, sonreímos y damos gracias.

De pronto la náusea se hizo poderosa y corrí al baño a vomitar; fue tal el impulso que apenas abrí la puerta tuve que inclinarme sobre el lavamanos... y empecé a regurgitar algo que por su aspecto y hedor parecía carne podrida, de color negro y en cantidades que jamás hubiera podido comer.

Cuando terminé y abrí la canilla para limpiar, y aquello que parecía una masa de petróleo simplemente desapareció por el desagüe sin dejar manchas ni olores; el malestar desapareció también, me sentí perfectamente bien. Me acosté y dormí como un bebé.

 

A la semana Roberto volvió para otra sesión, pero esta vez al saludarme sonrió afectuoso. La sesión fue un deleite.

Al terminar la misma, Roberto dijo: -"¿Sabe que me curó?".

- "¿Cómo dice?"

- "Sí, usted me curó. Yo tenía cáncer de pulmón y estaba deshauciado; cuando me dijeron que ya no podían hacer nada me deprimí, entonces mi médico sugirió probar terapias "alternativas" para enfrentar el final de mi vida. En mi casa hice varios papelitos con diversas terapias: flores de Bach, Yoga, Homeopatía y Reiki. Mezclé los papeles y saqué uno, el de Reiki. Pocos días después vi en un comercio uno de sus volantes publicitarios y lo llamé. Gracias".

Un reencuentro con la Esencia Divina y el Conocimiento Universal

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